domingo, 6 de mayo de 2012

Viva la trampa, viva el cartón!


Teoría de los hilos de los platillos volantes

En estos momentos, en el que la técnica ha llegado a cotas de verosimilitud altísimias ( en parte gracias a la informática y su accesibilidad), hacer creer que una ficción es realidad es un tema delicado, sobre todo si no es perfectamente creíble.
Desde mi punto de vista, los medios que se disponen para ejecutar cualquier obra audiovisual determinan una forma u otra de recibirla y valorarla. Se podría decir que no hay término medio: Una buena idea con muy pocos medios se recibirá con un gesto cálido de condescendencia y consideración. De la misma forma, una mala con una factura impecable se tachará de pretenciosa, vacua y tramposa. 
Existe una mirada a las películas antiguas, concretamente a las de serie B, entre la ternura y la melancolía por la sencilla razón que valoramos el ingenio y los esfuerzos que hacían para crear los primeros efectos especiales a pesar de todas las limitaciones. Ya no se trata de si eran mejores a los de ahora, o si el hecho de no ser digitales los meritaban de mayor admiración. No entramos en comparaciones porque proceden de lugares y contextos diferentes.
Los hilos de los platillos volantes nos indican que no son reales, que se trata de una ficción, pero que si tu haces un esfuerzo por abstraerte - si pones de tu parte- la película tratará de no defraudarte y recompensarte el esfuerzo. La trampa y el cartón propone un juego: Desactiva cualquier necesidad de tratar de descubrir el resorte mágico. La mágia no pasa por el cómo, si no por el qué.
En muchas ocasiones, el espectador está tan pendiente de descubrir el truco que se pierde el espectáculo de mágia.